Las pegatinas brillantes que nunca usé y todas las cosas que no hice por miedo.
El "momento perfecto" nunca llega, ese momento es ahora.
Creo que hablo por todas las niñas que hemos sido intensas y sensibles cuando digo que en algún momento de nuestra vida hemos abierto una caja, un cajón, o un armario y hemos encontrado pegatinas que nos encantaban de niñas. Da igual de lo que fueran, de unicornios, de coches, de ropa, de arcoíris brillantes…la cuestión es que nunca queríamos utilizarlas por miedo a acabarlas, por miedo a no aprovecharlas lo suficiente antes de gastarlas, por miedo a que no fuera “el momento indicado”.
Podrá parecer una tontería insignificante e infantil, pero si lo pienso bien esto no es algo que me haya pasado sólo de niña. Me pasa al inicio del día cuando me pongo el perfume normal para no gastar el que más me gusta, me pasa cuando no me pongo mi outfit favorito por si mañana tengo un plan mejor. Incluso me sigue pasando ahora mismo, como escritora, siempre he tenido esta idea en la cabeza pero nunca me animaba a escribirla “porque no era el momento” o “porque no estaba suficientemente inspirada”, en resumen, excusas.
Se puede comprobar un patrón en todo esto, el miedo. Miedo a no ser suficiente, miedo a desperdiciar la idea, el objeto, el momento.
Y sin darme cuenta, empecé a guardar también otras cosas en esta caja imaginaria:
Guardé palabras por miedo a que sonaran mal.
Guardé abrazos porque creí que aún habría tiempo.
Guardé viajes por si más adelante se daba mejor.
Guardé decisiones, sueños, verdades.
Esperando siempre ese momento perfecto que nunca se anunciaba.
La vida, sin embargo, no sabe de perfección.
Se derrama en mañanas torpes y noches sinceras.
Se desliza entre errores, improvisaciones, actos de fe.
Y mientras yo guardaba lo mejor de mí como quien guarda un tesoro para una ocasión especial, la vida seguía, indiferente a mis reservas.
Hoy, al encontrar aquella caja olvidada, las pegatinas aún brillan. Pero algo duele en su brillo: no es el color, ni el paso del tiempo, sino todo lo que no vivieron. Nunca decoraron una carta, una libreta, una historia. Nunca volaron en una imaginación compartida, nunca compartieron un secreto. Nunca vivieron de verdad.
Y me doy cuenta:
Lo especial no era el día perfecto, era la idea, la cosa, la posibilidad. Lo especial precisamente era su vida y su posterior desgaste.
Esperar el momento perfecto es el arte de desaparecer despacio.
Y yo ya no quiero desaparecer.
Así que ahora escribo con letra grande, a veces torpe, en hojas limpias o en arrugadas. Rompo las reglas de los cuadernos nuevos. Uso los vestidos sin guardar ocasión. Me pongo mi perfume favorito todas las mañanas. Digo lo que siento. Me lanzo, aunque tiemble. Porque aprendí —quizás tarde, pero aún a tiempo— que nada brilla más que lo que se usa con amor, incluso si no todo está en su sitio.
Y si alguna vez vuelvo a tener una pegatina brillante entre las manos, prometo pegarla, sin pensarlo tanto.
No como adorno,
sino como promesa:
de no volver a guardar la vida en cajitas.
Nota de la autora: Creo que este pensamiento lo hemos tenido muchas en algún punto de nuestra vida, llega un momento en el que dejas de esperar y empiezas a actuar. Puede que yo haya tardado en hacerlo, pero estoy orgullosa de mis avances y espero que tú también. Nos leemos muy prontito. 🌷
Este texto me llegó.
Porque he guardado muchas pegatinas en cajitas, entre libros…
esperando el día “correcto” para usarlas.
Y es verdad: el momento perfecto no existe. O peor, existe y lo dejamos pasar por miedo.
Qué bonito leerte con esa mezcla de valentía temblorosa y verdad luminosa.
Me quedo con la promesa final, esa que no se pega como adorno, sino como acto de amor propio.
Gracias por recordarnos que estamos a tiempo. Siempre.
Que bonito… por aquí una que ha dejado de hacer muchas cosas por miedo o por pensar que no iban a salir perfectas. Pero como dices, llega un momento que miras para atrás y ves todo lo que no has hecho y piensas que ya basta… y empiezas a vivir de verdad..